Los primeros cristianos estaban familiarizados con la
reencarnación. Antes de formar parte del Imperio Romano, Palestina había
pertenecido a los griegos. Fue Alejandro Magno que unió un enorme imperio que puso
en contacto entre si a los seguidores de diferentes religiones. Esto, por
ejemplo, permitió a los monjes budistas hacer proselitismo en Grecia y Egipto.
Por lo tanto, los Judios y también los primeros cristianos eran sin duda
familiarizados con el principio de la reencarnación.
El hecho de que Jesús asocia a Juan Bautista con Elías
demuestra que él consideraba que Juan Bautista era la reencarnación de Elías (Mt17:11-13).
El relato sobre el hombre que había sido ciego desde su nacimiento (Jn9:1-3)
hace evidente que Jesús creía en la reencarnación. Demuestra claramente que los
discípulos reflexionaron sobre cómo funciona el karma.
La creencia cristiana en un cielo, un purgatorio y un
infierno tiene mucho en común con la creencia en la reencarnación. Los católicos
creen que aquellos que se portan bien van al cielo; que aquellos que se portan
mal van al infierno; y que aquellos que ni se portan completamente bien ni
completamente mal van al purgatorio donde reciben una nueva oportunidad. Por lo
tanto, ellos también asocian claramente cómo nos portamos en esta vida con lo
que sucede después de nuestra muerte.
El concepto de un purgatorio tiene mucho en común con
el funcionamiento de nuestro karma. ¿Qué pasa después del purgatorio? Cuando en
esta nueva oportunidad que nos dieron ni nos hemos portado del todo bien ni del
todo mal, iremos luego a otro purgatorio? Si es así, debe entonces haber un
montón de purgatorios. La historia enseña que la humanidad suele cometer los
mismos errores una y otra vez. ¿Dónde se supone que están todos esos
purgatorios? Cuando reflexionamos sobre estas preguntas vemos que lo más
probable es que siempre volvemos al mismo mundo.
La mayoría de los protestantes no creen en el
purgatorio. Creen que la gente o bien va al cielo o al infierno. Cuando
estudiamos la historia – o simplemente observamos a nuestra sociedad – vemos sin embargo que la mayoría de las personas ni
se portan completamente bien ni completamente mal. ¿Cómo pueden los
protestantes entonces creer que después de la muerte uno o va al cielo o al
infierno? ¿Por qué se recompensaría a alguién para siempre si no se ha portado completamente
bien durante su vida? ¿Y por qué se condenaría a alguién para siempre si no se
ha portado mal completamente durante su vida? Los protestantes, por lo tanto,
no aclaran lo que ocurrirá con la gran mayoría de la gente, que ni se ha
portado completamente bien ni completamente mal.
Los cristianos consideran que el cielo es un lugar
agradable y el infierno un lugar terrible. Pero lo que hace que el cielo es agradable
y el infierno terrible, no es el lugar en sí, sino la gente que nos encontramos
allí. Mientras que en el cielo sólo nos encontramos con los que han aprendido a
vivir en armonía con los demás y con el entorno, en el infierno nos encontramos
con aquellos que aún no lo han conseguido.
El concepto del infierno tiene mucho en común con el
del purgatorio: mientras que los que han aprendido a respetar a los demás y al
entorno están preparados para una sociedad armoniosa, todos los demás no lo están.
Ellos todavía tienen que aprender lo importante que es vivir en armonía al
sufrir las consecuencias por no hacerlo.
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